Wednesday, April 23, 2008

 

Diagnóstico prenatal

Desde hace algunos años muchos matrimonios que esperan un hijo deciden hacerse un diagnóstico prenatal, para conocer de antemano el sexo de ese hijo, su dotación génica o las posibilidades de que pueda sufrir alguna enfermedad congénita.






Vamos a revisar brevemente diversos aspectos de ese diagnóstico que afectan a la bioética: material utilizado, técnica escogida, objetivos buscados, etc.,....

Sobre el material, distinguiremos los diagnósticos realizados sobre feto, embrión implantado, embrión previo a su implantación (selección de embriones), o previo a la concepción (selección de gametos).

Sobre el tipo de diagnóstico, puede ser genético o somático.

Y sobre las técnicas utilizadas pueden ser invasivas o cruentas (biopsias) o bien no invasivas o incruentas (ecografías).

De todo ello resulta fácil adivinar que algunas de esas manipulaciones serán éticamente correctas y, en cambio, otras serán moralmente delictivas.

La más famosa y popular es la amniocentesis, es decir, la punción del líquido amniótico, a través de la pared del abdomen, seguida de cultivo de las células de origen fetal que se encuentran en él. Si esa punción es muy precoz arrostra el riesgo de aumentar la tasa de abortos hasta un 5,3 % y si es algo más tardía ese riesgo puede disminuir hasta el 0,2 %.

Otras técnicas análogas serían la cordocentesis, o toma de células del cordón umbilical, la vellocentesis, toma de vellos coriales, que comportan unos riesgos de abortos variables desde el 1 hasta el 4 %.

El diagnóstico pre-implantación suele aplicarse a los casos de fecundación in vitro (FIVET) sobre todo para prevenir el síndrome de Down, rechazando los embriones que manifiesten una trisomía del cromosoma 21. Este riesgo aumenta con la edad de la madre desde un 0,05 % en las madres menores de 19 años hasta un 1,6 % en las que superan los 42 años de edad.

La medida que se adopta cuando el embrión o el feto (ya implantado) presenta esa trisomía es desecharlo o eliminarlo mediante el aborto. Es de destacar, como oí recientemente a un conferenciante prestigioso, que en Cataluña el año pasado no había nacido ningún niño mongólico, lo que estadísticamente demuestra que todos ellos fueron eliminados o abortados, antes del nacimiento.



¿Para qué se hacen estos análisis?

La razón teórica que se aduce para realizar esos análisis es evitar la angustia o zozobra de la madre y su familia pero, si se confirma una anomalía genética de este tipo u otros análogos, la solución que suele adoptarse es la eliminación directa del nuevo ser. Algunas anomalías somáticas podrán tratarse a veces durante la estancia del feto en el espacio intrauterino y en estos casos el diagnóstico por ecografía u otra técnica no invasiva será, no sólo éticamente correcto, sino recomendable.

Cualquier tratamiento, incluso el quirúrgico, debe buscar, en éste como en todos los casos, únicamente el bien del enfermo - en este caso del embrión y de la madre - y no debe exponer sus vidas de modo innecesario o desproporcionado. Sólo así será legítima la actuación médica proyectada.

En cambio, el arriesgar la vida del feto o embrión con el propósito morboso de eliminarlo, si no responde a las expectativas puestas en él, resulta condenable. En este caso - el más general - basta aplicar aquel principio popular: "El fin no justifica los medios". Recordemos el Evangelio ¿hay algo más amistoso que un beso? Sin embargo a Judas ese beso le supuso la condenación, porque su fin era entregar al Maestro a los esbirros del Sanedrín.

En cuanto al diagnóstico pre-implantatorio o pre-fecundación, éste incide de lleno en la condena universal de la manipulación genética. Su objetivo es realizar una selección génica o eugenética, es decir, eliminar a los hijos no deseados y sólo dejar vivir a uno de los mejores. En otras palabras, los hombres se auto-erigen en jueces que deciden "quienes deben vivir y quienes deberán morir para mejorar la especie o para satisfacer un capricho de los padres (por ejemplo, elegir el sexo del hijo o sus mejores cualidades somáticas)".

Digan lo que dijeren las "leyes" de cada país, existe una Ley universal que obliga a la familia humana. Me refiero a la Ley de Dios inscrita en todas las conciencias, de forma independiente al credo particular de cada individuo (se la suele llamar en términos bioéticos, Ley Natural y es de obligada obediencia y acatamiento.

José Mª Macarulla.
Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la UPV







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