Sunday, March 25, 2007
Progreso y ética (sobre las células embrionarias)
La verdadera ética exige respetar la naturaleza humana de todos los embriones. Si esto no se acepta, se abre un abismo imposible de cerrar. Siempre habrá nuevos investigadores que querrán ir más lejos. Para mí el principio "no matarás" no admite excepciones. La historia, desde la griega Esparta hasta el nazi Hitler, demuestra que el hombre guiado sólo por su orgullo puede caer en múltiples aberraciones éticas.
(artículo del Prof. José Mª Macarulla)
La prensa nacional del pasado mes de mayo publica varias entrevistas a diversos científicos que sacan a relucir las posibilidades de utilizar células madre en ciertos tratamientos médicos. Entre ellas reseñaré la del doctor José Antonio Vázquez sobre las complicaciones de la diabetes y sus posibles vías de curación y la del médico y biofísico Bernat Soria en la que se exponen con cierto detalle sus proyectos de investigación con embriones humanos, aludiendo a las implicaciones éticas a ellos aparejadas.
En primer lugar, como colega, voy a felicitarles a ambos por sus estudios científicos, por su preocupación por los pacientes y sobre todo a Bernat Soria por su trabajo con ratones los cuales, al no poseer derechos humanos, permitirán el rápido avance de la ciencia y además muchas de las conclusiones que se alcancen con ellos podrán resultar útiles para nuestra especie. Realmente las células madre de diversos orígenes constituyen un campo moderno, atractivo, de vital actualidad. Pero voy a discrepar en algunos aspectos, empezando por aquel título, a mi modo de ver poco afortunado, en el que se afirma solemnemente "Un embrión de una semana no es un ser humano, como no lo es un tumor". Aquí la ética y el sensacionalismo entran en clarísima colisión. Me explicaré:
Comparar un tumor (algo antipático y odioso en sí mismo) con un embrión (un ilusionante proyecto de persona) chirría un tanto. Porque además no son comparables. En principio, un tumor está formado por un conjunto de células propias que, soslayando las leyes que rigen su reproducción y propagación, proliferan de forma más o menos incontrolada. En cambio, un embrión no es un componente de nuestro organismo, sino un huésped ajeno, integrado por la fusión de un espermatozoide (gameto masculino) y un óvulo (gameto femenino) para constituir un zigoto, la primera célula de un nuevo individuo de nuestra especie, distinto de su padre y de su madre. Este zigoto, alimentado adecuadamente, inicia su viaje hacia el futuro, creciendo y multiplicándose, de forma gradual y continua, hacia las fases embrionarias de mórula, blástula, gástrula, para terminar en feto y bebé.
Ciertamente, después de la fecundación, es decir, de la creación de este nuevo ser, ya no hay ningún salto brusco o solución de continuidad. Al cabo de un mes, cuando su tamaño apenas supera el de un grano de arroz, su corazón empieza a latir - función que no se detendrá en los, digamos, setenta años siguientes. A los dos meses, cuando alcanza el tamaño de una almendra, ya tiene, como expuso brillantemente el profesor Lejeune, en el Senado de los Estados Unidos, "manos, pies, cabeza, órganos, cerebro, cada cosa en su sitio. Con una buena lupa se podrían detectar las huellas digitales. Aceptar el hecho de que, tras la fertilización, un nuevo ser humano ha empezado a existir no es una cuestión de gusto u opinión. La naturaleza humana del ser humano, desde la concepción hasta la vejez, no es una disputa metafísica. ES UNA SIMPLE EVIDENCIA EXPERIMENTAL".
Mis criterios éticos coinciden plenamente con los del Profesor Jèrome Lejeune, del Doctor Justo Aznar y de tantos y tantos científicos que ven en cada embrión un nuevo ser humano, perfectamente diferenciado por su dotación genética, es decir, por su proyecto futuro. Si va a ser un niño rubio con ojos azules, por ejemplo, esas cualidades humanas propias no serían modificadas aunque se implantase en el útero de una madre de alquiler de raza negra o china o incluso (no pretendo comparar ni ofender, sólo aclarar ideas) en el útero de una hembra de chimpancé. Sería en todos los casos un hijo auténtico de los padres donantes de los gametos, con los caracteres que ellos le transfirieron.
Al tratarse de un ser humano, ciertamente aun no desarrollado, sólo necesitado de la alimentación oportuna, sus derechos son los mismos que si ya fuese un bebé, un niño, un adolescente, un adulto o un viejo. Los médicos y biólogos podemos y debemos hacer por él cuánto necesite para alcanzar sus objetivos vitales, pero nunca utilizarlo como si fuera un animal de laboratorio, para experimentar al servicio de otros.
La postura ética, consecuente con esos conocimientos que ningún científico puede honestamente desmentir, obliga a defender toda vida humana desde su inicio. Cualquier otra barrera o límite que queramos poner será siempre arbitraria o ficticia. Por ejemplo, si no lo consideramos "humano" hasta que no sale del útero materno, o está inscrito en el Registro Civil, también podríamos negarle esta "humanidad" si resulta ser retrasado mental o padece una enfermedad incurable. Entonces podríamos matar a nuestros semejantes siempre que resultase conveniente según nuestro criterio subjetivo.
La experimentación con células madre o troncales es prometedora, aunque las expectativas de los profanos sean exageradas. Está demostrado que, en muchos pacientes que han sufrido un infarto, la inyección de esas células, obtenidas de su propio tejido muscular, está dando resultados alentadores. Las células obtenidas del cordón umbilical también son susceptibles de diferenciarse y especializarse hacia los diversos caminos deseados. Pero en esos dos últimos casos no fabricamos un ser humano para ponerlo al servicio de otro, ocasionándole a él la muerte.
La verdadera ética exige respetar la naturaleza humana de todos los embriones. Si esto no se acepta, se abre un abismo imposible de cerrar. Siempre habrá nuevos investigadores que querrán ir más lejos. Para mí el principio "no matarás" no admite excepciones. La historia, desde la griega Esparta hasta el nazi Hitler, demuestra que el hombre guiado sólo por su orgullo puede caer en múltiples aberraciones éticas.
José Mª Macarulla
Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la UPV