Tuesday, November 21, 2006
Temas para pensar. La fe de nuestros padres
¡En resumen, nuestros padres y abuelos eran consecuentes con su fe! ¿Por qué nosotros no lo somos tanto?
(artículo de José María Macarulla).
En el momento actual, cuando hay tanta perplejidad, ignorancia y desorientación en temas trascendentales, como son la familia, la práctica religiosa, la educación correcta de nuestros hijos o la legislación sobre las relaciones entre personas del mismo sexo, no vendrá nada mal recordar la conducta que hemos visto y vivido en tiempos de nuestros padres y abuelos, que tenían una sólida formación cristiana.
Me referiré a anécdotas acaecidas durante la Guerra Civil, a recuerdos posteriores y a narraciones de mis abuelos, algunas que incluyen también la etapa republicana.
La Guerra Civil
Viví la Guerra en Cataluña, donde asesinaron a todos los sacerdotes que se pudieron localizar, entre ellos a mi tío, Mosén Josep Macarulla, hermano de mi padre. Otro de sus hermanos, también sacerdote, Mosén Ramón, no pudo ser localizado y, en consecuencia, encarcelaron a mi tía Roser "para que cantase, con amenazas de muerte si no se chivaba". Mi tía resistió y su paso por la cárcel le sirvió para dar ánimos a unas monjitas, cuando todas ellas temblaban ante un improvisado pelotón de ejecución, con la sencilla y breve disyuntiva: "Si lo hacen para hacernos sufrir y burlarse de nosotras, no les demos pruebas de debilidad y aprovechemos el tiempo para rezar y, si nos matan de verdad, seremos mártires e iremos directamente al Cielo" Las monjitas le hicieron caso y a todas las devolvieron vivas a las celdas de la cárcel.
Cuando mi tía salió liberada, tomó por costumbre el volver a la prisión todos los días llevando comida para los presos y, con un valor impresionante, administrarles la Santa Comunión, con las Formas consagradas por mi tío Mosén Ramón, en sus misas secretas, escondido en un ignoto refugio.
Con mis abuelos, mi madre y un montón de tías y primos pasamos la mayor parte de la Guerra aislados en una casa de campo - la masía - sin luz y casi sin agua. Sufríamos algún que otro registro de los milicianos y nada impidió que las buenas mujeres enseñasen - cada madre a sus hijos - a rezar, les recitasen el catecismo e incluso les diesen a besar alguna estampa o crucifijo clandestino, con evidente peligro de muerte si las descubrían. Por eso, mi hermana María Dolors, de tres años de edad, se pasó un registro entero gritando y saltando en brazos de mi madre : "¡No me matarán, no ! ¡No me matarán, no!". Los milicianos creyeron que las voces eran debidas a la vista de sus mosquetones, que impresionaban y nada más.
La postguerra
Después de la Guerra, durante la Cuaresma, recuerdo que mis abuelos participaban en las Misiones o Ejercicios abiertos que predicaba para todo el pueblo un fraile o un sacerdote secular, invitado por el Párroco. Mi abuelo, de noche y envuelto con su capa, acudía al fraile para confesarse y así poder comulgar por Pascua. Nadie hubiese participado en la Comunión sin antes confesarse.
Cuando la comida escaseaba y no se vislumbraban mejores horizontes, a mi madre se le escapaban algunas lagrimillas, pero mi padre - maestro nacional - la reconvenía afectuoso, diciéndole :"¿Por qué dudas o desconfías, mujer ?Dios proveerá" Con frecuencia aquel mismo día o el siguiente algún alumno agradecido nos regalaba un pan blanco, un litro de aceite, un kilo de arroz o de legumbres,...u otros valiosos alimentos, y mi padre comentaba :"Ya lo ves, Dios escucha siempre a quienes Le rezan".
Lo más edificante, antes y después de la Guerra, era la confianza y seguridad en que nuestro Dios es el Señor de la Historia. ¡Me explicaré! Cuando una sequía, como la de este año, amenazaba con malograr las cosechas, nadie dudaba un momento en que pidiendo a Dios la lluvia, ésta fuese a demorarse. En todas las iglesias se hacían rogativas públicas y recuerdo bien que mi abuelo contaba que, si la cosa andaba apurada, salían en procesión con el santo más conveniente, a pleno sol y con el paraguas colgado del brazo. Aunque algún espectador escéptico se sonriera al principio - no se burlaban como ahora de los que rezan - mi abuelo no recuerda ni una sola vez en que no tuviesen que terminar la procesión sin correr, con los paraguas abiertos, por la lluvia torrencial que empezaba a caerles del cielo.
¡En resumen, nuestros padres y abuelos eran consecuentes con su fe! ¿Por qué nosotros no lo somos tanto?
José Mª Macarulla.
Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la UPV