Tuesday, November 21, 2006
El futuro de la Humanidad a la luz de la Biología
El tema del presente artículo es muy sugerente pero, a la vez, resulta problemático, ya que no podemos conocer con seguridad nuestro futuro que depende en gran manera de cómo nos comportemos hoy.
Sin embargo, aunando los saberes biológicos, combinando y discutiendo otros múltiples conocimientos adquiridos con diversas ciencias, y tratando de coordinar todo ello, podemos augurar qué es lo que podría pasar en un futuro, con el riesgo de error añadido, al tener que contabilizar la libertad humana que puede llevarnos a unos
resultados muy diferentes de los que se deducirían aplicando la pura lógica.
(artículo del Prof. José Mª Macarulla).
Empezaremos razonando sobre lo que sabemos hoy del ser humano en el pasado y el presente e intentaremos extrapolar las conclusiones que obtengamos hacia el futuro.
Antes del Adán bíblico (probablemente un Homo sapiens sapiens "Cro-Magnon" de hace 35 mil años) la hominización fue un proceso muy lento. La locomoción bípeda - el andar erecto - liberó las manos, potenció el desarrollo del cerebro, facilitó la fabricación y el manejo de herramientas, perfeccionó la inteligencia,…Pero creó unos problemas que aun no hemos resuelto del todo: las lumbalgias, la propensión a abortar los hijos prematuramente, los fuertes dolores del alumbramiento (consecuencia del estrechamiento del canal del parto y el tamaño exagerado de nuestro cerebro), las hernias inguinales y otros muchos eventos son consecuencias inevitables de ese cambio radical de postura.
En las etapas finales de ese proceso de hominización, se consolidan los caracteres fisiológicos y psíquicos que poseemos en la actualidad. Somos, por definición, animales racionales, es decir, que la racionalidad no suplanta a la animalidad de base, sino que la incluye, la asimila y la sublima.
Así pues, en nuestra especie observamos que los caracteres psíquicos aparecen solapados a los biológicos, sin suplantarlos ni anularlos. En efecto, debajo de nuestra conducta racional asoman unas pautas instintivas, mucho más antiguas, de gran valor decisorio. Los casos que podría enumerar son incontables. Valgan, como ejemplos, los relativos a las funciones de nutrición, relación y reproducción. Estudiemos algunos aspectos de estas funciones, uno tras otro.
Nutrición.- ¿No hemos observado - y sufrido - cómo nuestras madres controlaban de forma estricta los horarios y el contenido de la comida de los hijos pequeños y adolescentes, proporcionándoles los alimentos más equilibrados (que suelen resultar los más sabrosos al paladar)? El crecimiento armónico y satisfactorio depende en gran medida de una nutrición correcta. Así, por ejemplo, al queso, al solomillo o a las nueces, alimentos ricos en grasas y proteínas (aminoácidos esenciales), el paladar nos exige que les añadamos pan (rico en carbohidratos) resultando con ello un manjar más completo y agradable. Las comidas terminan con el postre que suele constar de frutas crudas o productos lácteos (una gama completa y variada de minerales y vitaminas, tanto hidrosolubles como liposolubles). Y para conseguir esa armonía nutritiva las madres no necesitan estudiar bioquímica: se lo dicta con exactitud y precisión su propio instinto.
Relación.- El hogar familiar se defiende con celo: una visita inoportuna e inesperada nos pone de malhumor, salvo que aparezca con un pequeño regalo (unos bombones o unas flores sirven para apaciguar a los dueños del hogar invadido). Desde que se inventó el teléfono es norma de educación elemental avisar al amigo al que visitaremos en su casa, para evitar precisamente esa primera reacción desagradable. El que una mujer gobierne su hogar es de aceptación universal. Las madres y las hijas se autotoleran porque han convivido desde la infancia de éstas y no han producido anticuerpos recíprocos, pero una suegra, en general, no puede convivir con su nuera, porque se han conocido de mayores y, por añadidura, lo único que de verdad las une es que las dos aman al mismo hombre, hijo y marido respectivamente (ahí suelen aparecer los anticuerpos responsables de una incompatibilidad absoluta). Otras actitudes frente al entorno son también fruto de nuestro instinto; por ejemplo, el pavor y asco de las mujeres ante las serpientes (mucho mayor que el miedo de los varones) lo compartimos con los demás primates, porque se remonta a una época prehomínida. Se atribuye a que la hembra que, durmiendo en las ramas de un árbol y sosteniendo su hijito en brazos, no tuviese suficiente aversión a ese tipo de reptil y no se alejase al verlo cerca, perdería el bebé devorado por aquél, durante su sueño nocturno. Ese miedo era, pues, esencial para la perpetuación de la especie.
Reproducción.- Los piropos de un operario callejero denotan su deseo de ligar con la joven más idónea para generar con ella los hijos que le recomienda su propia biología. Yo suelo resumir esta situación en un esquema que titulo"los piropos de andamio". Aunque resulte algo chusco es muy expeditivo, por lo que pido disculpas anticipadas a mis lectores. Cuando el operario callejero ve pasar a dos mujeres, una vieja y otra joven, ¿a cuál dirige el piropo? Sin dudarlo, a la joven, porque ella está en la edad de darle hijos. Si pasan dos jóvenes, una guapa y otra fea, ¿a cuál los dirige? A la más guapa, porque la biología le impone procurar la mejora de la especie. Se fijará además en el desarrollo de sus pechos (para garantizar la lactancia del futuro vástago) y en la anchura de sus caderas (para facilitar un parto fisiológico, normal). Claro está que los valores intelectuales de la futura compañera (su amor a la música, a los deportes, su conversación amena y culta, etcétera,.... ) podrán modificar la primera calificación, puramente biológica. Todos los tabúes aborrecidos por la sociedad, por ejemplo, el casarse con parientes demasiado próximos, practicar la poliandría, la repulsión generalizada a las uniones gays, etcétera,… responden a imperativos genéticos universales.
Aparte de seguirse y respetar las normas escuetamente biológicas, en el futuro, la Humanidad evolucionará integrando las características racionales con las instintivas. Así se perfilan como cualidades selectivas, además de la buena salud fisiológica, la inteligencia, la laboriosidad, la generosidad y la solidaridad.
Caracteres psíquicos.- Una mayor inteligencia permite culminar una buena carrera, ganarse más pronto la vida, comprar piso, fundar un hogar,… y dejar esa ventajosa cualidad intelectual a los descendientes. La fuerza bruta, esencial para los animales irracionales, pasa a un segundo término. Colectivamente, esa mayor inteligencia permite explotar tierras antes inhóspitas, mejorar las especies animales o vegetales al servicio del hombre (aquí entran los transgénicos), en fin, poner toda la biosfera a nuestro servicio.
Resulta evidente que la laboriosidad es una cualidad que tiene preferencia respecto a la vagancia o el simple oportunismo. Quien no trabaja tiene todas las opciones de convertirse en un desarraigado, marginado o inadaptado, y no podrá generar una descendencia útil en una sociedad competitiva.
La generosidad en aceptar las cargas del hogar, deberes, hijos,…. contribuye sin duda al progreso biológico del individuo (de nada serviría la inteligencia y la laboriosidad de una persona si, por egoísmo, no se decidiera a formar una familia, cuanto más numerosa, mejor). También, el compartir con otros, tanto los conocimientos colectivos como los descubrimientos propios, facilita el desarrollo global de la sociedad.
Por último, la solidaridad coadyuva a la integridad y prosperidad de toda la tribu o nación. Hay que ayudar a los viejos, a los niños indefensos, a las viudas y a los enfermos para que todos se sientan socialmente protegidos y felices. El reparto de funciones y la especialización potencian el progreso de la colectividad y no serían posibles sin esa armonía en la convivencia (¡Cuántas veces la experiencia y el saber de los viejos permite curar una enfermedad o evitar una guerra destructiva!). Por supuesto, esta solidaridad no puede suplantar a la justicia (por ejemplo, apoyando al hermano porque es hermano, aunque no tenga razón). La mezcla equilibrada de justicia y misericordia (amor a los desvalidos) es la mejor receta para una vida colectiva feliz.
Los Mandamientos del Decálogo recogen, desde muy antiguo (hace unos 3300 años) y con una sabiduría infinita, las características necesarias para la convivencia armónica de la sociedad. Repasemos, con una visión ecológica, los que regulan las relaciones humanas. El 4º Honrarás padre y madre, garantiza la armonía dentro de la familia, el respeto y la protección de los ancianos y la transmisión de la cultura y la experiencia. El 5º No matarás, supone el respeto absoluto de la vida humana. Con él en la mente evitaríamos las guerras, el aborto, la eutanasia, las venganzas,... El 6º y el 9º No fornicarás, ni desearás la mujer de tu prójimo respaldan, por partida doble, la estabilidad de la familia, garantizan que los hijos nazcan sólo dentro del matrimonio (evitando su desprotección o abandono) y evitan la promiscuidad sexual, que daña tanto a la estabilidad familiar y la educación de la prole, como facilita la transmisión de graves enfermedades venéreas (sífilis, SIDA,...). El 7º No hurtarás y el 10º No codiciarás los bienes ajenos defienden la propiedad, la honradez en el trabajo, el respeto a los derechos y el tiempo del prójimo,....Con ellos se evitarían los abusos de poder, la mayoría de las huelgas, la lucha permanente de clases, los "pelotazos", y muchísimas otras aberraciones. Si se atendieran todos esos Mandatos, ¡de cuántas injusticias nos libraríamos….!Y si los gobiernos de los distintos países se propusieran, de verdad, coordinar sus acciones para buscar el bien de sus propios ciudadanos y de los vecinos, no habría tantas hambres endémicas, ni "pateras" suicidas, y se lograría que la felicidad y la paz reinasen sobre la faz de la tierra. Por último, el 8º No levantarás falso testimonio, ni mentirás garantizaría la honestidad en las relaciones humanas, evitando fraudes, difamaciones y calumnias, agresiones y estafas al prójimo.
En resumen, el futuro de la Humanidad será el que los hombres deseen. Si cumplimos la Ley Natural, tan bien especificada en el Decálogo, y aplicamos nuestras cualidades intelectivas al bien común, nos espera la prosperidad (el planeta Tierra puede, con los medios actuales, albergar una población inconmensurablemente mayor que la presente, tan sólo con aplicar en todas partes los adelantos que utilizan hoy Holanda o Israel en sus regiones respectivas). Y los avances científicos aplicables a la agricultura, ganadería e industria van más aprisa que las propias necesidades en esos campos. Pero, si despreciamos, por egoísmo o mala fe, las recomendaciones que nos señalan tanto la biología como la ética humana, podemos llegar al caos y la destrucción no sólo de nuestra especie sino de toda la biosfera. Nunca como ahora se ha podido afirmar que el futuro está en nuestras manos.
José Mª Macarulla
Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la UPV