Thursday, March 22, 2007
Una tercera postura
Se ha difundido por todos los medios la controversia suscitada por la desafiante pseudo-huelga de hambre de un terrorista y su excarcelación subsiguiente. Simplificando la situación pueden reunirse las opiniones vertidas en dos grupos principales, bien diferenciados: los detractores y los admiradores del protagonista.
(artículo del Prof. José Mª Macarulla)
Los detractores hacen hincapié en la extrema crueldad con la que ha ejecutado sus crímenes, su absoluta falta de arrepentimiento, su burla constante hacia las nuevas víctimas producidas por sus correligionarios - que con su dolor y pena le producen un placer inaudito y dice que le alimentan - y las fieras y constantes amenazas a jueces, policías y demás autoridades, ....
En el otro extremo, sus admiradores enaltecen su lealtad a la banda armada; juzgan exagerada la relación entre las últimas amenazas y la condena (sólo tres años) (¡!), porque el castigo de los otros tres mil años de cárcel por 25 asesinatos reducidos a tan solo dieciocho (unos ocho meses por cada crimen) les parecen más que suficiente. Le reciben como a un héroe "nacional". La mayoría de los políticos - salvo un partido - abogan por su excarcelación completa e incondicional, por motivos de "humanidad" (?!), etcétera, etcétera, ....
En una zona intermedia podríamos considerar a los que reconocen sus antecedentes criminales, pero ahora lo consideran "un hombre de paz", imprescindible para proseguir la negociación con ETA (Zapatero).
Yo me acogería a una nueva opción que apenas he visto reflejada entre las infinitas manifestaciones públicas emitidas. Más que admiración o aborrecimiento, su situación personal me produce verdadera pena y lástima. ¿Por qué? Pues sencillamente, porque además de la Justicia humana, a todas luces insuficiente e injusta en este caso, existe otra Justicia que nos afecta a todos y de la que nadie puede escabullirse: se trata de la Justicia divina.
Me dirán que el terrorista no cree en ella - de lo contrario ya se habría arrepentido de sus terribles culpas - pero eso no es óbice para que deje de afectarle. Precisamente esa Justicia que es infinitamente generosa y magnánima - no castiga en absoluto al arrepentido que quiere subsanar de algún modo el mal hecho, perdonándole toda la culpa - en cambio, es inexorable con el pertinaz y recalcitrante, empecinado en el mal. No sólo resulta extremadamente dura con él sino que la duración del castigo no tiene fin. ¡Ah! Y pilla más a los que no creen en ella que a los que creen, porque éstos se curan en salud y se acogen a su magnanimidad, llamada también misericordia.
Se cumple así una sencilla paradoja popular:" El infierno existe y recoge en especial a los que se niegan a creer en él".
José Mª Macarulla.
Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la UPV